El DLC Downpour de Rain World lo consolida como una bestia fascinante e infravalorada
Una adorable familia de mamíferos peludos que atraviesan un entorno urbano distópico; instantáneas de alegría e intimidad (cacerías juguetonas, acicalamiento mutuo, acurrucarse juntos para dormir la siesta) ya impregnadas de la melancolía de la catástrofe inminentee; el terrible momento en que un cachorro pierde el equilibrio y se sumerge en profundidades desconocidas, separado de la manada. Nuestro incipiente protagonista, solo por primera vez, tiene que valerse por sí mismo y encontrar su camino entre las peligrosas ruinas de la megaciudad.
Si te involucraste lo más mínimo en la esfera de los juegos indie en 2022, lo más probable es que esta introducción te suene. Sólo que no se trata de una descripción del éxito del año pasado y ganador de varios premios, Stray, de BlueTwelve Studio, sino de una saga felina mucho más antigua y brutal, el sombrío juego de acción y supervivencia Rain World, de Videocult. El solapamiento temático de estos juegos, unido a sus filosofías de diseño contrapuestas, proporciona un excelente trampolín para reevaluar este último, uno de los títulos más opacos, desafiantes e infravalorados de los últimos tiempos, justo a tiempo para la llegada de su primer DLC oficial, Rain World: Downpour.
He aquí la diferencia crucial: Stray te hace sentir por su desorientado y frágil protagonista, mientras que Downpour te hace sentir como uno de ellos. En un ensayo largo para Emergence Magazine, el ecofilósofo David Abram intenta transmitir la «alteridad radical» de una conciencia no humana (como la de una araña o una ballena); «los estilos de sensibilidad e inteligencia que superan con creces los límites de nuestra propia sensibilidad». Pero, gracias a una señalización inequívoca, un diseño de niveles convencional y un compañero robótico que te guía suavemente en la dirección correcta, Stray salva esa distancia entre especies y presenta un reto inminentemente inteligible. Se comunica en un lenguaje superficialmente extraño, pero te ayuda con los botones y gatillos familiares del mando, asegurándose de que nunca estés realmente perdido en sus callejones empapados de neón y tejados sembrados de escombros. Tu gatito perdido lee la ciudad de BlueTwelve como un mochilero veterano.
En el extremo opuesto del espectro, el desesperado viaje de Downpour te sumerge en la difícil situación de sus adorables gatitos a través de una oscuridad inflexible y una hostilidad implacable, una resolución inquebrantable para simular el desconcierto, el mundo visto a través de los ojos brillantes e inquietos de un cachorro perdido. Al igual que en el Rain World original, se oculta información vital: por ejemplo, los poderes que diferencian a los nuevos personajes -cuyas cinco campañas forman el núcleo de este DLC- se explican rápidamente, pero te dejan que descubras sus matices (el tipo de objetos que puede preparar el Gourmand; cómo interactúan las lanzas explosivas del Artificer con el entorno) a base de ensayo y error. Nada funciona de forma fluida o intuitiva, ni siquiera el movimiento generado proceduralmente de tu personaje, que a menudo hace que las criaturas, por lo demás elegantes, aterricen de espaldas con un golpe seco. Y las injusticias flagrantes, como salir de uno de los sinuosos túneles de Downpour directo a la boca de un reptil hambriento, están a la orden del día.
Así son los caprichos de la existencia en un ecosistema vivo, que respira y es inmensamente complejo. Y, al igual que tu peludo avatar, tu única opción es esforzarte por comprender Downpour prestando atención a lo que te rodea con toda la concentración de un animal cuya vida depende de ello: aguzando las orejas para captar el aleteo de las enormes alas de un buitre fuera de la pantalla, o congelando el momento en que algo se desliza entre la maleza cercana. Sobre todo, debes aprender a anticiparte a la tormenta que se avecina y correr hacia el refugio más cercano en cuanto oigas su rugido, para poder sobrevivir al cataclismo y emerger tras él con el suave golpeteo de la lluvia, comenzando el ciclo una vez más.
Enfrentarse al funcionamiento interno de este mundo puede ser agotador, pero la impenetrabilidad capta a la perfección la impotencia de un animal atrapado en una catástrofe medioambiental diseñada por los humanos, lo que explica por qué Downpour sigue siendo tan absorbente. La palabra «frustración» aparece no menos de seis veces en el análisis de RPS del juego base, pero, a pesar de su veredicto mixto, Brendan Caldwell confiesa una profunda fascinación por él.
Capta a la perfección la impotencia de un animal atrapado en una catástrofe medioambiental
Incluso para alguien como yo, mucho menos ambivalente en cuanto a su admiración, Rain World puede ser una experiencia agotadora. Cada vez que conseguía llegar a un nuevo refugio e hibernar con éxito se desencadenaba una mezcla de euforia y alivio parecida a descubrir una hoguera en un juego de Souls, e instintivamente abandonaba, temiendo que en el último momento ocurriera algo que me arrebatara esa victoria tan trabajada. Volvía a cargar al cabo de un par de minutos, después de recuperar el aliento, sabiendo perfectamente el aluvión de muertes que tendría que soportar en cuanto saliera. A veces incluso antes, como cuando un depredador parecido a un Komodo se coló en la habitación y durmió conmigo, despertando en cuanto intenté apartar su enorme bulto de la salida y devorándome en un instante.
Dos cosas mitigan la abrumadora opacidad de Downpour. En primer lugar, el hecho de que, en los cinco años transcurridos desde el lanzamiento del juego original, algunas de sus características más inescrutables se han documentado, analizado y difundido exhaustivamente. Así, si has oído hablar de Rain World, lo más probable es que sepas vagamente cómo funcionan sus patrones de búsqueda de comida, exploración e hibernación, o que los misteriosos sellos que bloquean tu progreso pueden eliminarse completando con éxito esos ciclos para acumular karma. Aunque no lo sepas, hay montones de recursos que lo explican todo con todo detalle, desde el comportamiento de sus temibles depredadores hasta la sabiduría oculta de sus desoladas ciudades.
En segundo lugar, aunque Downpour no desvela exactamente sus secretos, al menos te permite abordarlos desde distintos ángulos con una gran variedad de modos nuevos. Por ejemplo, Desafío ofrece una serie de miniescenarios que te permiten perfeccionar habilidades específicas, mientras que en Safari te pones momentáneamente en la piel de distintas especies para observar cómo interactúan, sin miedo a arruinar tu progreso. Entre sus cinco nuevos personajes encontrarás uno que se adapte a tu estilo de juego, ya sea el ultraagresivo Spearmaster, el anfibio Rivulet o el Saint, cuya larga y pegajosa lengua te permite colgarte de desagües oxidados y salientes inalcanzables como un peludo Tarzán. Y si todo lo demás falla, la recién implementada opción Jolly Co-op debería aliviar un poco la desesperación de los sucesivos fracasos.
Downpour consigue todo esto sin sacrificar sus principios básicos de opacidad y hostilidad omnipresente. Los nuevos biomas rebosan de amenazas sin identificar, las habilidades de cada nuevo slugcat te llevarán docenas de horas, e incluso las mecánicas fundamentales se subvierten para mantener a los jugadores a la expectativa, sobre todo en una campaña que evita por completo las tormentas (y que, naturalmente, no es nada fácil por ello). Se trata de un mundo que sigue siendo tan intimidante y enigmático como siempre.
Varias décadas antes de la obra de Abrams sobre la alteridad radical entre especies, uno de los filósofos más célebres (y, convenientemente, más opacos) del siglo XX, Ludwig Wittgenstein, abordó nociones similares al declarar célebremente que «si un león pudiera hablar, no podríamos entenderle». Con el lanzamiento de Downpour, Rain World resurge como una de las bestias más temibles e impredecibles del mundo de los videojuegos, cuyo lenguaje nunca podremos llegar a descifrar del todo, y resulta aún más fascinante por ello.